
El peor de los errores...
La madurez no es más que ese momento incómodo en el que entiendes que la vida no viene con repeticiones ni subtítulos. Que cada escena, cada abrazo, cada carcajada, no tiene un botón de “volver a ver” ni un archivo temporal donde guardarlo para cuando nos haga falta. Y ahí es donde comienza el problema: nos gustaría poder sentir eternamente esos instantes que nos hacen felices, como si la felicidad viniera en tarros de conserva. Pero no. Se evapora. Como el olor del café por la mañana o como las ganas de ir al gimnasio después del segundo lunes del año.
¿Por qué no conseguimos mantener la magia? ¿Por qué no podemos repetir ese momento en bucle como cuando escuchas una canción que te revienta el alma? Porque todo depende de nuestra percepción. De cómo miramos, de cómo interpretamos lo que nos pasa. La realidad no tiene la culpa, nosotros sí: la miramos con gafas rotas.
Hay quien ve belleza en una flor, en el simple hecho de que exista sin pedir permiso. Y luego estamos quienes encontramos belleza en el reflejo que construimos de la otra persona. No en ella directamente, sino en el mural que pintamos con nuestras ilusiones, nuestras heridas y nuestras ganas. Es decir: proyectamos. Somos artistas del amor, pero con tendencia al surrealismo. Y claro, acabamos montando una exposición de contradicciones. Porque lo que nos hace felices, paradójicamente, también puede sacar lo peor de nosotros.
¿Por qué? Fácil. Porque tenemos miedo de perderlo. Y cuando el miedo se mete en la ecuación, el amor se convierte en una operación imposible.
La dulzura más sutil puede convertirse en veneno si la dudas. El abrazo más cálido puede ser un horno si no sabes cómo sostenerlo. La mirada cómplice puede volverse interrogatorio. Y esa caricia que antes te hacía temblar el alma puede, con el tiempo, hacerte temblar las inseguridades. Cuando se ama, hay que proteger el sentimiento como quien protege un cristal de Murano en medio de una mudanza: con todo el cuidado del mundo.
Y aquí va una verdad de esas que aprendí no sé si por las buenas o por las malas (seguramente por las dos): si alguien te hace sentir lo que nunca habías sentido, o te recuerda lo que creías olvidado, no lo conviertas en tu enemigo. Porque amar no es poseer ni conquistar. Amar es agradecer. Amar es ser valiente.
El peor error que uno puede cometer —y créeme que he hecho máster en errores— es perder lo que amó por orgullo, por miedo o por no saber gestionar un día malo. Porque en el fondo, todos lo sabemos: dejar de amar es solo una excusa. Perder la ilusión es una forma de no arriesgar. Y abandonar la lucha... eso sí que es cobardía pura, con traje y corbata.
Mi madre, sabia como los refranes de abuela, solía decir: “Un error no corrige otro”. Y tenía más razón que un santo con sentido común.
Así que, si estás leyendo esto y alguien, en algún punto de tu vida, te hizo sentir que eras la persona más importante del mundo, y aún crees —aunque sea en el fondo de tus tripas— que eso sigue ahí, por mucho que las circunstancias lo hayan enterrado bajo toneladas de malentendidos y silencios... no tires la toalla. Porque ese amor, ese “clic”, esa cosa que ni Google sabe cómo definir, no desaparece. Se camufla, se esconde... pero no muere.
El amor es como una canción que te marcó: por más que pasen los años, cuando suena, te sigue estremeciendo. ¿La diferencia? Que aquí no hay botón de skip.
El problema —porque siempre hay uno— es que hemos construido una sociedad que no sabe qué hacer con el amor. Lo exprimimos, lo exigimos, lo vendemos en paquetes con frases de Mr. Wonderful. Pero no lo cuidamos. Nos hemos empeñado en patearlo hasta dejarlo irreconocible, como si fuera culpable de nuestras frustraciones.
No cometas errores por miedo: Madura. Y eso no significa hacer yoga ni comer semillas de chía. Significa pensar: En lo que amas. En lo que has sentido. En lo que aún puede ser. Lucha por ello si merece la pena.
Hoy en día encontrar a alguien que despierte esa chispa, y que con ella construya un fuego, es casi como encontrar un billete de 50 euros en una chaqueta vieja: inesperado, milagroso, y te cambia el día.
Recuerda esto: un error no corrige otro. Y el amor... el amor no muere. Solo necesita que lo defiendan, como a los libros prohibidos o a las ideas que incomodan.