
ACTIVISMO Y PAJARITOS
“Deja que los perros ladren, Sancho, señal que vamos cabalgando.”
— Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha
Hablar de activismo hoy, en pleno siglo XXI, es navegar un campo de minas ideológicas donde el “todo o nada” y el “conmigo o contra mí” polarizan hasta la última conversación. Vivimos en una sociedad donde los ecos de la política crispada salpican al movimiento asociativo. Y ahí es donde surgen, como setas tras la lluvia, esos “pajaritos” de Twitter o Instagram, que entre tuitazos, stories y reels, se atreven a pontificar sobre lo que desconocen: cómo se financia y se sostiene el activismo real.
Seamos claros: dirigir una ONG, especialmente en el ámbito LGTBI+, no es un festival de banderitas ni un desfile de likes. No se financia “porque sí” ni se convierte mágicamente en una máquina de billetes para cuatro vivos. Toda organización seria parte de un proyecto. Y ese proyecto se somete a concursos, a pliegos, a memorias técnicas y a auditorías. Se exige lo que en términos corporativos llamamos capacidad técnica: músculo profesional, estructura, solvencia, procedimientos y resultados medibles. Porque hablamos de DINERO PÚBLICO, cada céntimo de euro está justificado, fiscalizado y controlado. Aquí nadie se mete millones en el bolsillo para irse a Ibiza. Aquí se contrata a profesionales —proyectistas, técnicos, prensa, psicólogos, abogados, trabajadores sociales, formadores, coordinadores— y se planifican recursos con precisión quirúrgica.
¿Saben lo que cuesta levantar una sola acción? Horas sin dormir. Plazos infernales. Informes a entregar. Justificaciones hasta del último sello. Y, por si fuera poco, trabajar con colectivos vulnerables exige confidencialidad, ética y compromiso. Esto no va de “sentirlo en el corazón” y aparecer sólo para salir en la foto. Va de sudar sangre para que las personas usuarias, las de verdad, puedan vivir mejor.
Y sí: el activismo es política. De la buena. La que se planta en los plenos, saca la voz y pone cifras sobre la mesa. La que construye proyectos reales, transforma vidas y da forma a políticas públicas. Estamos hablando de oficinas técnicas que trabajan los 365 días del año, con profesionales que sostienen a pulso la infraestructura social donde el Estado no llega. Porque el Tercer Sector cubre las grietas del sistema. Y eso, queridas y queridos haters, cuesta dinero. Y cuesta vidas profesionales enteras.
Pero siempre hay quienes revolotean alrededor del activismo. Voces que en su día estuvieron dentro, pero que se marcharon porque no soportaron que el activismo de verdad no es postureo, sino trabajo duro y exigente. Gente que quiere su minuto de gloria, su “trozo de tarta”, y que, al no conseguirlo, se dedica a intoxicar el discurso con rumores, bulos y calumnias. Que pretenden convertir el activismo en una verbena donde cualquier límite ético vale, incluso visibilizar indebidamente a menores, traicionar confidencias, o disparar mierda sobre los demás.
¿Dónde está la suma? ¿Dónde su profesionalidad? ¿En qué ayudan? ¿Qué construyen? ¿O se limitan a abrir redes sociales para vomitar hiel?
Aquí no se regala nada. Aquí se trabaja para llenar de contenido esos espacios vacíos donde la administración no alcanza. Aquí se generan proyectos con impacto, con continuidad, con mediciones y con resultados palpables. Porque la semana del Orgullo no es sólo purpurina y carrozas. Es memoria, es reivindicación y es la constatación de que nuestros derechos no se han conquistado para dormirse en los laureles, sino para defenderlos cada día. Es la garantía de que quien hoy necesita un recurso, una ayuda psicológica, un asesoramiento legal, pueda encontrarlo.
Cada profesional de una asociación ha dedicado años de formación, de experiencia y de vida al servicio de la Responsabilidad Social. Ha estudiado carreras, másteres, ha asistido a congresos, se ha curtido en la calle, ha corregido errores y sigue de pie, aunque a veces la tentación sea mandarlo todo al carajo. Porque el compromiso es con la gente. Con las realidades. No con el like.
Y es profundamente lamentable —y lo digo con todas las letras— encontrar “activistas” que, por el mero hecho de ser “maricones”, se creen con patente de corso para restar, cuestionar y sabotear el trabajo de toda una comunidad que se deja la piel. ¡Suma, coño! ¡Y deja de restar de una puta vez!
Porque si los perros ladran… es que estamos cabalgando. Y vamos a seguir cabalgando. Con convicción, con profesionalidad y con la cabeza bien alta. Nos va la vida en ello.