
El técnico, el último...
No recuerdo en qué momento exacto pasó, pero un día comprendí que yo era, a los ojos de muchos, el último. El último en saber, el último en ser escuchado, el último en descansar. Y, por supuesto, el primero en ser culpado cuando algo falla. Venia en la mochila al terminar años de formación...
Y lo peor es que no soy el único. Es un patrón que se repite en todas partes. Lo vemos a diario en los grupos de técnicos donde compartimos anécdotas, capturas de pantalla que parecen sacadas de una tragicomedia, y conversaciones que se repiten con una precisión casi matemática. Desde multinacionales hasta pequeñas oficinas, da igual el entorno: las historias son las mismas con distintos protagonistas. Esta situación no es una anécdota, es cultura arraigada. Joder! con lo que nos gusta nuestra profesión.
“El correo no sale”
Un día cualquiera, una compañera entró a la oficina visiblemente alterada. Llevaba media hora intentando enviar un correo importante. No revisó si la red estaba activa, si el servidor funcionaba, si había mensajes de error. Solo llegó, volcó su frustración sobre mí y exigió una solución inmediata.
Mientras hablaba, noté que no buscaba ayuda, buscaba culpables. Como si yo fuera la barrera entre su eficiencia y el éxito de su jornada. No había colaboración, solo presión.
En los grupos de soporte, cuando conté la escena, las respuestas no se hicieron esperar: uno habló de un jefe que gritó porque olvidó su contraseña; otro, de una usuaria que exigía que “se hiciera lo que fuera” sin siquiera explicar lo que pasaba. Todos asentimos virtualmente. Todos habíamos estado allí. Un escenario que calmó mi preocupación, no era yo.
“No tengo tiempo para eso”
Otra historia que escuché en una de esas charlas entre compañeros. Un técnico recibió una llamada de un responsable que no podía imprimir un documento. No quiso comprobar si la impresora tenía papel, si estaba encendida o si había algún mensaje en pantalla. Solo repitió que “no tenía tiempo para eso”. La orden era clara: “ven tú y arréglalo”.
Esa frase resume todo un modelo mental: el técnico no es alguien que colabora contigo, es alguien a quien puedes descargar tu frustración de una forma absolutamente subordinada, carente de respeto ni al conocimiento, ni a la profesión, y mucho menos al servicio. Y esto, repetido día tras día, no solo afecta a la productividad, afecta a la salud.
La cara oculta: consecuencias psicológicas
El maltrato laboral al técnico no siempre viene con gritos. A veces es más sutil: desprecio, invisibilización, interrupciones constantes, trato condescendiente o presiones irreales. Lo grave es que esta dinámica tiene efectos reales y muy profundos.
Entre las más comunes están:
- Estrés crónico: una exposición continua a presión emocional, urgencias injustificadas o falta de reconocimiento puede derivar en insomnio, irritabilidad, problemas digestivos y fatiga persistente.
- Ansiedad generalizada: vivir esperando “el próximo desastre”, pendiente de correos a deshoras, de llamadas nocturnas o de incidentes inesperados genera un estado de hipervigilancia constante.
- Síndrome de Burnout: el famoso “estar quemado” no es una exageración. El agotamiento emocional, la despersonalización (sentirse desconectado del trabajo) y la pérdida de eficacia son síntomas de una sobreexigencia no gestionada.
- Depresión reactiva: cuando la hostilidad se prolonga, aparece la sensación de inutilidad, de no ser valorado, y el cuestionamiento constante de las propias capacidades.
- Trastornos psicosomáticos: cefaleas, dolores musculares, alteraciones en la piel y problemas gastrointestinales pueden aparecer como reflejo del malestar psicológico mantenido.
Y todo esto, por tener que trabajar no solo con sistemas complejos, sino con emociones ajenas mal gestionadas, lo que hace que cada vez socialicemos menos en nuestros entornos de trabajo, y cuando se traspasa una conversación random al plano personal, ya de lo quemados que estamos, mostramos cierta cara de indiferencia en una atitud defensiva: no queremos entrar ahi pues hay un historial sistémico de desconsideración, de la que ahora no vamos a hacernos responsables de las consecuencias sociales.
Una cultura que desvaloriza
Hay una violencia estructural contra lo técnico que se ha normalizado. Nos tratan como si nuestro trabajo no requiriera conocimiento ni especialización. Como si bastara con saber “un poco de ordenadores”. Lo técnico se ve como secundario... hasta que deja de funcionar. Me han llegado a decir que soy un friki o que tengo un "expertice", después de 32 años de profesión, burradas así. Luego puedo observar como amigos mios llaman a Movistar o Vodafone (whatever) con un absurdo problema de facturación o error en un servicio, o lo que sea, donde se le ve soltando toda su ira a una persona que no es la dueña de la compañía, que está ahi haciendo su trabajo con la única intención de ayudarte. Le robo el teléfono y le hablo de técnico a técnico, con calma, contextualizando y haciéndole entender qué sucede. La vida no va en ello, es un burdo problema técnico. Se nota al interlocutor respirar aliviado, al fin una incidencia que no va a acabar en insultos o desdenes, o egos irracionales. Se soluciona con una amable gracias por tu ayuda, y un buen feeling al teléfono.
La psicología organizacional ya lo ha descrito: lo que no se ve, no se valora. Y sin embargo, bien es cierto de que todo depende de ello, y cuando se intenta acceder a ese mundo tiramos el sentimiento humano más arraigado: miedo a lo desconocido. Desde nuestros entornos privados hasta conversaciones profesionales en Slack, Telegram o foros especializados, los técnicos repetimos la misma reflexión: no somos el problema, pero vivimos como si lo fuéramos. Es un sentido de culpa antagónico.
Usuarios que ven una maquina como un ente diabólico y otros que la ven como una herramienta... ese es el quid.
El otro lado del técnico
No trabajamos solo con ordenadores. Trabajamos con datos, con normativas, con seguridad digital, con infraestructuras críticas. Somos los responsables de que la red funcione, de que haya copias de seguridad, de que los datos de los clientes estén protegidos. De que el lunes a las 8 todo esté encendido, actualizado y en orden.
Pero además de todo eso, vigilamos a diario los sistemas frente a amenazas reales y constantes: intrusiones, intentos de hackeo, ransomware, virus, accesos no autorizados o fallos en los sistemas de respaldo. Cuidamos los sistemas como si fueran seres vivos (para nosotros lo son): monitorizamos, auditamos, prevenimos, y cuando algo se cuela, respondemos en segundos. Porque en nuestro trabajo, los errores pueden costar mucho más que una molestia: pueden costar la empresa entera. Un verdadero sistema inmune que está alerta, activo, que aprende y mejora, implementa y garantiza. Y que hay que cuidar!!!
Investigamos, analizamos, resolvemos, documentamos... y todo eso en tiempo récord, bajo presión, con plazos y exigencias imposibles, muchas veces desconectados de la realidad técnica. Nos imponen tiempos que no son los nuestros, cuando somos nosotros, los técnicos, quien debemos de pautarlos. Y aun así, somos tratados como si nuestro tiempo valiera menos. Como si nuestro conocimiento se pudiera descargar gratis desde Google. Como si el hecho de que estemos ahí “siempre” restara valor a lo que hacemos. Dile a un fontanero que tu baño tiene que estar arreglado en 10 minutos, verás como te manda a cargar camiones (que fino que soy).
La paradoja del ego
Nos acusan de ser secos, de no saber tratar con la gente, hay quien nos han llamado antisociales o "nerds". Lo que no se ve es que, en la mayoría de los casos, simplemente estamos agotados. Porque llevamos años apagando fuegos, aprendiendo sin parar, sin margen de error, sin aplausos. Porque aprendimos que no hay espacio para el ego cuando cada día cambian las reglas del juego. Porque nuestras cabezas están dentro de máquinas que hacen lo que les decimos, y a veces fallan en el momento menos adecuado, y eso nos condiciona. La humanidad, llamemosla: amabilidad, ha fracasado.
A diferencia de otros sectores, nuestro trabajo es invisible cuando está bien hecho. Y sin embargo, su importancia es total. Porque sin nosotros, todo se para. Y esto no es más que un autoreconocimiento a lo evidente: crúzate de brazos ante un sistema empresarial y en una semana te cuento como estás pidiendo socorro.
¿Por qué seguimos siendo los últimos?
Quizá porque aún no se ha entendido que una empresa sin tecnología es una empresa sin respiración, no prospera, no se sostiene, no avanza. Que los datos, los procesos, la continuidad y la seguridad dependen de sistemas que alguien debe diseñar, mantener y proteger.
Pero eso solo cambiará si empezamos a contarlo. A visibilizarlo. A no callar más cuando se nos desprecia o se nos culpa injustamente. Porque sí, somos técnicos, pero también somos profesionales, personas y, en muchos casos, verdaderos guardianes de la continuidad digital de las organizaciones con una formación y experiencia a nuestras espaldas que ya le gustaría a muchos catedráticos y excelencias tener, pues si, trabajamos desde la excelencia, porque las máquinas, a pesar de los humanos, no perdonan: fallan, si no están debidamente programadas, dimensionadas y mantenidas.
Y aún así…
eguimos. Con vocación, con profesionalidad, con resiliencia. Pero también con cicatrices. Porque no es solo lo que hacemos: es cómo lo vivimos. Lo que exigimos no es admiración, es respeto.
La próxima vez que algo no funcione, respira. Pregunta. Colabora. Escucha. Agradece. Estás hablando con alguien que te entiende a la perfección, pero no respeta tu falta de respeto.
Porque detrás de ese “arreglado” hay alguien que lo hizo posible. Y no, no fue magia. Fue el técnico. Ese que siempre está, aunque muchos solo lo vean cuando todo se cae.
Ese mismo técnico que a veces desvaloras también tiene una carrera, un máster, cursos interminables de formación continua, y habla innumerables idiomas... aunque no todos sean humanos: hablamos de Python, Bash, SQL, HTML, Java, C#, y muchos más. Se enfrenta cada día a labores de investigación contrarreloj, toma decisiones que afectan a toda la estructura de una organización y, sí, también se le para el corazón cuando ocurre una incidencia grave. Madre mia! cuantas cosas hace un friki!!!
Manejamos un ecosistema técnico que el usuario consume sin darse cuenta, como si fuera parte del aire. Curiosamente, este fenómeno no es exclusivo de nuestro sector. También ocurre en la sanidad: solo se valora al profesional cuando todo se rompe. Y así como el médico salva vidas en silencio, el técnico sostiene la continuidad digital con la misma intensidad y la misma falta de reconocimiento.
La diferencia es que nosotros ya no queremos seguir siendo invisibles. Queremos que se nos vea. Y que, al menos, no se nos señale.