En una noche de luna nueva al 0%, el cielo sobre el Teide se convierte en un lienzo absoluto, sin distracciones ni reflejos. La montaña, majestuosa y silenciosa, se alza como una sombra inmensa bajo la bóveda estelar, mientras la Canon R se enfrenta al desafío de atrapar lo invisible. La oscuridad total obliga a confiar en el oído del obturador y en la intuición del fotógrafo más que en lo que los ojos alcanzan a ver. Cada disparo es una apuesta: segundos que se estiran, estrellas que dibujan trazos en el sensor y un volcán que se convierte en vigía eterno del cosmos. Fotografiar en estas condiciones es dialogar con el universo, con la paciencia como única moneda de cambio y la certeza de que, si todo encaja, la imagen no será solo una foto, sino un fragmento de infinito detenido sobre la cumbre más alta de España.